martes, 12 de junio de 2012

Teoría: Sobre la factibilidad de la sorpresa estratégica

¿Puede existir una sorpresa estratégica? 
Por el Teniente Coronel Guillermo Horacio Eduardo Lafferriere 





Hace muchos años -¡cada vez más lejos para mi gusto!- mientras me desempeñaba como oficial instructor de cadetes en el Colegio Militar de la Nación, en ocasión de asistir a una instrucción ofrecida por cadetes antiguos a los recientemente incorporados al I curso, escuché la ponencia de uno de aquellos que tenía por misión enseñar la forma correcta de adoptar la posición cuerpo a tierra, con el fusil. El mencionado cadete, a cargo de la instrucción, había preparado la misma de manera excelente. Sin embargo, algo me llamó la atención: y es que para reafirmar en sus hombres la necesidad de mantener pegados los tacos al piso, hacía referencia a que, el concepto, palabras más o menos, era el siguiente: “...durante la guerra de Corea las tropas norteamericanas habían sufrido una gran cantidad de bajas por causa de heridas en los talones, debido a la tendencia de las mismas a no mantenerlos pegados al piso...”. Cuando le pregunté al cadete en cuestión, acerca de la fuente a la que había recurrido para realizar una afirmación tan categórica, me respondió que la desconocía, pero como siempre la había escuchado la consideró como cierta, y por tal motivo la empleaba en su instrucción. 


Esta anécdota tan simple, viene a cuento para el desarrollo de este trabajo, en la medida que explica cómo a todo nivel, ciertas afirmaciones son tomadas en el Ejército como válidas, sin que anteriormente se haya efectuado un análisis previo de su contenido conceptual. A este tipo de conocimiento, que se transmite de manera oral, casi como un rumor, lo denomino mito o leyenda. Y creo que, a su vez, se puede aplicar a la idea muy difundida entre los oficiales, según la cual no será posible que se produzca una sorpresa estratégica militar. Ciertamente, si se siguiese al pie de la letra lo asegurado por esta corriente de pensamiento y su forma tan anodina de divulgación, no sería posible pensar que una crisis puede derivar en el empleo sorpresivo del recurso militar, por parte de alguno de los actores. Así, de acuerdo con este criterio, las fuerzas militares dispondrían siempre de un preaviso que les permitiría, al menos, no ser sorprendidas por la acción que desarrolla su contraparte. 
Consecuentemente, es propósito de este artículo demostrar que tal aseveración no se ajusta a la realidad, para lo cual recurriremos al auxilio de algunos ejemplos de la historia militar para ayudar a fundamentar nuestra posición, y finalmente, efectuar algunas consideraciones acerca del tema. 

El día que el mundo contuvo su aliento 

El 22 de junio de 1941, en horas de la madrugada, Alemania y otros países satélites iniciaron la invasión a la entonces Unión Soviética, para lo cual emplearon cerca de 4.000.000 de hombres agrupados en 180 divisiones, 3.350 tanques, 7.200 cañones y el apoyo de 2.000 aviones (1). Por supuesto, resultaba imposible que toda esa inmensa fuerza militar no fuese detectada por la inteligencia soviética. En efecto, desde diferentes fuentes, se puso en conocimiento al gobierno acerca de la amenaza que sobre él se cernía desde Occidente (2). Sin embargo Stalin, hasta último momento, se negaría a todas las evidencias más que claras sobre la intención nazi para su país, impidiendo así todo tipo de preparación defensiva eficiente capaz de ser concretada por sus fuerzas armadas. Todo esto tenía, asimismo, un agravante, el cual hace aún más difícil comprender la actitud del líder soviético. En efecto, Adolfo Hitler, de manera más que temprana -casi quince años antes de la invasión-, escribió en Mein Kampf su visión de la expansión de Alemania hacia el Este, con la finalidad de ganar espacio, a costa de Rusia, en el mencionado lugar, a punto tal, que Hitler llegaba a mencionar la disolución total de ese estado (3). ¿Por qué Stalin se negó entonces a tomar recaudos ante una amenaza que en su época era evidente para muchos? No es propósito de este artículo dar una respuesta al tema -que de por sí es compleja- pero deberíamos recordar que los lazos que unían a estos países se remontaban bastante más atrás en el tiempo, hasta llegar al pacto de no agresión de 1939 firmado entre Alemania y la Unión Soviética, hecho que posibilitó el posterior reparto de Polonia, luego de su aniquilamiento militar en ese mismo año. Se comprobaba, pues, que al menos en la teoría, había delimitado con cierta precisión sus respectivas áreas de influencia en el mundo. En verdad, durante el período de entreguerras, fuerzas militares germanas emplearon campos de instrucción soviéticos para el entrenamiento de la incipiente Wehrmacht (4), sin olvidar que fue el propio gobierno alemán el que posibilitó el arribo de Lenin a Rusia, para facilitar la revolución en ese país (5). Probablemente, la suma de estos factores y otros que podrían responder a consideraciones psicológicas profundas propias del entonces dictador soviético, fueron las causas de la falta de preaviso de las tropas de la URSS para hacer frente al inminente ataque alemán. 



Para nuestro trabajo, el ejemplo citado resulta de sumo interés, ya que presenta una particularidad, consistente en que las máximas autoridades del país citado estaban alertadas acerca de la inminencia de una agresión externa, y como lo expresáramos anteriormente, por diferentes circunstancias, no hicieron nada relevante para preparar su instrumento militar en favor de la lucha que se avecinaba. Se da, pues, en este caso, la circunstancia de contar con la información necesaria, pero sin el correlato de un uso eficiente de la misma, lo que en la práctica equivalió a que el poder militar no tuviese el tiempo necesario para prepararse para la guerra, con la desastrosa consecuencia que puso al borde de la derrota a la mencionada Unión Soviética. 

La guerra que casi pierde Israel 

Cuando el 6 de octubre de 1973, las fuerzas egipcias efectuaron el franqueo del Canal de Suez, en una operación militar llevada a cabo de manera excelente, los israelíes sufrieron una verdadera sorpresa estratégica, dado que no contaron con el preaviso necesario, que permitiera a sus fuerzas militares movilizarse y adoptar las previsiones oportunas para hacer frente a una eventualidad como la que iban a sufrir. Es importante, en este caso, recordar que la guerra a la que se vio sometido el Estado de Israel era una en dos frentes, donde de manera relativamente coordinada, fuerzas egipcias y sirias atacaron casi simultáneamente: los primeros, en la península del Sinaí, y los segundos, en las alturas del Golán. Se considera de importancia destacar que a diferencia del ejemplo citado en el punto anterior, el gobierno de Israel no tenía ni había recibido información alguna que lo indujera a alertar a las fuerzas de defensa, para hacer frente a la inminente amenaza (6). Como prueba de lo expresado, puede citarse el hecho relativo a que las fuerzas apostadas en los sectores que iban a ser atacados eran, en su mayoría, reservistas, dado que las fuerzas del ejército permanente que guardaban esos lugares, se encontraban en uso de licencia por la fiesta religiosa del Yom Kippur. 

Resulta interesante analizar el caso que nos ocupa, teniendo en cuenta que los espacios donde los bandos en conflicto debían operar, eran relativamente pequeños comparados con la magnitud del terreno donde se concentraban los alemanes, previo a su ataque a la Unión Soviética, hecho que, indudablemente, favorecía el trabajo de inteligencia. De la misma manera, no debería olvidarse que Israel contaba, en ese momento, con la colaboración de los EE.UU., por lo que puede suponerse que no carecería de acceso a inteligencia altamente restringida, relativa a la situación en Oriente Medio. De este modo, las FF.AA. israelíes se vieron en la necesidad de enfrentar una guerra en dos frentes, contra enemigos que habían aprendido mucho de sus antiguos errores. Y solamente pudieron obtener el triunfo, gracias a su maestría en el empleo de la maniobra por líneas interiores, sumado a ello, el liderazgo de sus jefes militares, la ayuda material de los EE.UU., y la debilidad de las coordinaciones de detalle que los mandos árabes evidenciaron. 

Nuestra propia sorpresa estratégica 

En la madrugada del 2 de abril de 1982, fuerzas anfibias argentinas recuperaron, en una operación brillantemente ejecutada, el archipiélago de las Islas Malvinas, en una acción militar de muy difícil concreción, ya que se les había impuesto a las tropas, no causar bajas entre los circunstanciales enemigos. La operación en sí misma sólo era conocida por un reducido número de oficiales de las FF.AA., quienes, en un secreto celosamente guardado (7), llevaron adelante el proceso de planeamiento que posibilitó la ejecución de esta operación militar conjunta. 
Y el secreto de estos preparativos fue tal, que el resto de las FF.AA. desconocía la operación a desarrollar. Tampoco se recibieron órdenes en concreto relativas a la preparación destinada a efectuar operaciones militares de ningún tipo, fuera de las que indicaban las hipótesis de conflicto vigentes en la época. Como todos sabemos, sólo pocos días después de la operación de desembarco, grandes contingentes de las FF.AA. recibieron inminentes órdenes dirigidas a intervenir en la defensa del archipiélago recuperado, por lo que muchos de esos elementos debieron desarrollar operaciones militares de alta intensidad contra la segunda potencia militar de Occidente –la cual recibió un amplio apoyo de sus aliados de la OTAN (8)-, sin ningún tipo de preaviso. Resulta interesante señalar este caso particular, ya que la sorpresa del instrumento militar se produjo, como en el caso soviético de 1941, por la decisión del propio gobierno que controlaba a las FF.AA., cuyos integrantes negaron con su accionar, aun la mínima oportunidad de que las tropas alistasen sus medios para enfrentar una guerra inminente. 
En el caso argentino, la falta de alistamiento para el combate, pudo haber sido la apreciación referida a que sería posible llevar al Reino Unido a una resolución definitiva acerca del ancestral tema de soberanía, mediante la respuesta militar. Aunque otra causa, pudo ser la premura en encarar una respuesta militar ante una crisis que se desarrollaba a una velocidad no prevista por las autoridades políticas. Al respecto, merece considerarse que recientemente, han aparecido publicaciones relativas a la posibilidad de que el origen de la guerra se base en consideraciones de orden político estratégico, desarrolladas muy lejos de las costas argentinas (9). 

Independientemente de las consideraciones políticas que condicionaron la necesidad de saber de las FF.AA., el hecho cierto es que nos encontramos ante un caso más, en que el elemento militar se vio enfrentado a un conflicto, sin ningún tipo de preaviso por parte de las autoridades superiores, ante lo cual, los jefes militares debieron recurrir a la improvisación, para hacer frente, de la mejor manera posible, a la guerra con la que se enfrentaban. 


La madre de todas las batallas 

En la medianoche del 2 de agosto de 1990, masas de fuerzas iraquíes avanzaban en dirección al pequeño estado de Kuwait, con la finalidad que, una vez ocupado militarmente, pudiera procederse a anexarlo a Iraq. Esta acción, desarrollada en una región tan crítica para el mundo como el Medio Oriente, sirvió para la puesta en marcha del aparato militar más importante movilizado para la guerra desde la Segunda Guerra Mundial. Como mencionáramos, la altísima prioridad que revestían los asuntos de este sector del mundo, hizo que las principales potencias manejasen una amplia inteligencia sobre las actividades que allí se desarrollaban. Sin embargo, y tal como aconteciera en la guerra del Yom Kippur, la amenaza fue desatendida y nuevamente las fuerzas militares se encontraron sin el preaviso suficiente como para tomar alguna medida que les permitiera hacer frente, de cierta manera, a la guerra que se avecinaba. En este caso, no faltaba información sobre la concentración militar de Iraq, sino que el error debe ser investigado en relación con las divergencias de criterios entre diferentes agencias de un mismo gobierno. En efecto, el Departamento de Estado de los EE.UU., la Agencia de Inteligencia de Defensa y la CIA consideraban que las declaraciones del líder iraquí respecto de Kuwait y sus aprestos militares eran sólo meras bravatas que no pasarían de ese tenor. Esta consideración era efectuada en contra de la opinión de importantes líderes árabes de la región, y aun de la de los propios militares norteamericanos afectados a actividades de planeamiento de contingencias en la región (10). Como todos conocemos, la invasión se llevó a cabo, y si no hubiera sido por la incapacidad estratégica de Iraq, relativa a no atacar de inmediato a Arabia Saudita, muy difícilmente se hubiera podido obtener el espacio necesario para concentrar el instrumento militar multinacional, capaz de desalojar a los iraquíes de Kuwait y restablecer el equilibrio político-militar en la región (11). Nuevamente somos testigos de un caso de sorpresa estratégica, en el que la información está disponible para las autoridades, quienes, debido, quizá, a errores de apreciación, no han alistado en tiempo y forma a su instrumento militar, para hacer frente a la eventualidad de su empleo. 

Conclusiones 

Los ejemplos que sintéticamente hemos mencionado, son una prueba clara de que muchas veces depositamos una fe excesiva en la aptitud de los niveles superiores y en su capacidad para proporcionar una alerta relativamente temprana sobre el empeñamiento del recurso militar en operaciones. Esta confianza extrema en dicha aptitud parte, a nuestro juicio, de un error que guarda relación con nuestra perspectiva militar rígida acerca de la cuestión. En efecto, cuando en el ámbito de las FF.AA. hacemos referencia a los diferentes niveles de inteligencia, mencionamos que la misma guarda una estrecha relación con el nivel de conducción a la que sirve. Así, y en la doctrina vigente en la Argentina, reconocemos una inteligencia estratégica nacional, otra militar, más otra estratégica operacional y táctica. Como antes mencionáramos, los militares, normalmente, asociamos un mayor nivel de conducción con la mayor aptitud para tomar resoluciones, ya que, lógicamente, los mismos disponen de mayor cantidad de medios, tanto para reunir información como para procesar la misma. De esta manera, y según nuestra forma de focalizar el tema, consideramos que los niveles superiores están situados en una posición tal, que les permite adoptar sus resoluciones con un margen de tiempo suficiente. Sin embargo, los elementos militares olvidan que los niveles superiores no se encuentran apremiados exclusivamente por consideraciones militares, sino que, por el contrario, los que prevalecen son los factores estrictamente políticos, y que ellos, normalmente, responden a una lógica y a un tempo que no es, por sí mismo, el que los militares desearíamos para efectuar nuestras actividades. Encontramos, así, que esas consideraciones de orden político podrán, muchas veces, ser la causa y el origen para que el instrumento militar no cuente con el tiempo adecuado para un preaviso operativo. No deberíamos, asimismo, olvidar, que los integrantes de las filas militares somos solamente un instrumento más a disposición del Estado, quien los empleará, según lo decida, en la resolución de sus problemas, y que como tales y por esta parcial perspectiva, no podemos priorizar nuestras consideraciones, sobre todo cuando el estado de guerra no es evidente. 




¿Cómo podemos, entonces, evitar una sorpresa? Creemos, con firmeza, que la respuesta se encuentra en dos acciones: 

  • Proporcionar a los niveles que correspondan, el asesoramiento preciso sobre las necesidades del propio instrumento militar, para poder reaccionar ante las contingencias previsibles que pueda enfrentar el estado, de tal manera que la máxima autoridad que disponga el empleo del recurso militar, posea la información que le permita jugar con el momento oportuno, para disponer que sus fuerzas se preparen en vista al desarrollo de operaciones militares. 
  • Mantener en tiempo de paz un grado de aptitud para el combate -lo más elevado posible- que posibilite, ante la eventualidad de una sorpresa, disponer, en tiempos relativamente razonables, de un instrumento militar apto para hacer frente al accionar enemigo, con la creencia cierta de que al menos, se le infligirá al mismo un daño significativo, que le impida la obtención de su objetivo, a un costo aceptable para su propia conducción. 

La guerra es un acontecimiento que desde hace milenios se presenta entre los grupos humanos. Su naturaleza podrá cambiar, pero su capacidad de destrucción y de afectación de la vida y recursos tienden a crecer, en la medida que aumentan la aptitud de las armas y la agresividad del ser humano. Está en nosotros, la responsabilidad de lograr que nuestro instrumento militar se halle en condiciones de desempeñarse con propiedad, aun en la eventualidad de producirse una sorpresa estratégica que inicialmente lo desequilibre. Ese es nuestro indelegable desafío. 

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Notas al pie 

(1) Cifras citadas por el reconocido historiador militar John Keegan en The Second World War, Penguin Books. New York. 1990 (página 181).
(2) Winston Churchill, en su monumental obra The Second World War, Penguin Books. London. 1989, se explaya en la página 454 sobre las diferentes advertencias que Stalin recibiera de autoridades tanto del Reino Unido, entre las que se incluía el propio Churchill, como del gobierno de los EE.UU.
(3) Citado por William Shirer, The rise and fall of the Third Reich, Simon & Schuster. New York. 1990 (Página 796).
(4) Citado por el General Giuseppe Mancinelli en su trabajo Nazismo y Wehrmacht en Así fue la segunda guerra mundial, Anessa-Noguer-Rizzoli. Barcelona. 1972 (Tomo I, página 32).
(5) Ver los siguientes libros: Martin Gilbert, The first world war, Henry Holt. New York. 1994 (Página 317) y John Keegan, The first world war, Knopf. New York. 1998 (Página 338).
(6) Ver Henry Kissinger, Diplomacy, Simon & Schuster. New York. 1994 (Página 739).
(7) Cnl Carlos Landaburu, La guerra de las Malvinas, Círculo Militar. Buenos Aires. 1988 (Página 121 y subsiguientes).
(8) Alexander Haig, Memorias, Atlántida. Buenos Aires. 1984 (Página 305) y Nicanor Costa Méndez Malvinas, esta es la historia, Sudamericana. Buenos Aires. 1993 (Página 238).
(9) Al respecto, se puede mencionar el trabajo de Mariano Bartolomé, El conflicto del Atántico Sur, una perspectiva diferente, Círculo Militar. Buenos Aires. 1996, y la obra de Richard Thornton, The Falkland Sting: Reagan, Thatcher and Argentina’s Bomb, citado por Russell Ramsey en Parameters, Vol XXX, Nro 1, Spring 2000 (Página 140).
(10) Ver Grl Norman Schwarzkopf, It doesn’t take a hero. Bantam Books. West Yorkshire. 1992 (Página 362 y subsiguientes) y Thomas Houlahan, Gulf War. Schrenker Military Publishing. New London. 1999 (Página 13).
(11) Houlahan, en su ya citado Gulf War, expone, en su capítulo 2, muy interesantes consideraciones sobre la posibilidad de las fuerzas iraquíes para operar en territorio saudita.

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